Empezó rápido y furioso. Al minuto pisó el área, la pelota le cayó justa para la zurda y definió rasante. Le faltó ajustar un poquito más la mira hacia el poste y por eso el pulpo Al Owais sacó de la galera la primera gran atajada de su repertorio. Al toque agarró la pelota para patear el penal -acertada cortesía del VAR- y fue más una caricia que un disparo. Al Owais estaba desparramado antes del grito de gol. ¿Y después? ¿Qué pasó después, Leo?
Antes de abordar el contexto del partido, un adelanto sobre el tema que será motivo de análisis, discusión y quizás -esperemos que no- polémica. Messi no está 10 puntos desde lo físico. Hace algunas semanas debió perderse un partido de la Liga francesa debido a una inflamación en el tendón de Aquiles. Jugó los 90 minutos del amistoso en Abu Dhabi y terminó con una sobrecarga en los gemelos. Resultado: se perdió dos entrenamientos completos en el búnker de la Universidad de Qatar. No se lo vio chispeante ni veloz. ¿Responsabilidad de su físico o consecuencia del partido?
Diez claves que explican la impensada derrota de Argentina ante Arabia SauditaLa cuestión es que Arabia se propuso complicarle la vida a Messi y lo consiguió. Le quitó espacios, le dobló la marca, lo anticipó, lo llevó al roce. No lo maltrató, ni a patadas ni a codazos. Fue una custodia seria y eficaz, un laberinto de piernas y camisetas verdes en el que Messi no halló la salida. Y eso que no estuvo estático; a partir de los 22 minutos del primer tiempo comenzó a retroceder en la búsqueda de una pelota que le era esquiva. Y esta es una ecuación conocida en la galaxia Messi: a mayor lejanía del área rival, menor capacidad de daño.
Pero sabemos que este es el escenario habitual que transita Messi. Su magia radica, justamente, en los trucos que despliega para burlar a los cancerberos de ocasión. Ese Messi prestidigitador, el del nada por aquí y nada por ella, siempre con la pelota escondida bajo la capa, se olvidó la varita en Lusail. O al menos no logró usarla como sabe. En más de un partido mundialista se vio a este Messi, por momentos impotente, contagiado de la confusión del resto del equipo. Frustrado.
Entonces ese desánimo, una de las facetas en el diccionario del messismo ilustrado, empieza a detectarse en pequeñas acciones. Como que le anulen un gol por off-side y ya no vuelva a tener la chance de enfrentar al arquero rival. A los 33 minutos del primer tiempo, rarísimo en él, erró un pase fácil a “Papu” Gómez que frustró un ataque. Y en el segundo tiempo, tras los goles árabes, se lo vio contrariado. Como sin entender lo que estaba pasando. Como consecuencia, dispuso de un tiro libre desde buenísima posición y erró por lejos el remate.
El Messi de la zona mixta fue el capitán positivo. Le pidió a la gente que siga confiando en la Selección y habló de que el equipo está preparado para demostrar su fortaleza. Ese mensaje, puertas afuera, deberá llegar con la máxima potencia a la intimidad del grupo. Aquel Messi de la arenga en el Maracaná deberá levantar ánimos y conseguir sonrisas durante las horas que vendrán. El sábado la Selección jugará una final anticipada contra México, chance de revancha para todos, empezando por él.
En Qatar se escucha, como un mantra, un deseo/premonición: “este es el Mundial de Messi”. Lo que nadie esperaba era este comienzo. De una Selección desconocida, sí, pero también del ídolo que todos esperan ver brillar. ¿Es una carga para Messi? ¿Le queda todavía una mochila que cargar? En cierto modo, la derrota llevó las cosas a un límite que hasta puede resultar motivador. Todo dependerá, en el caso de Messi, de sus sentimientos, de sus creencias, de que el físico le responda y, sobre todo, de que el equipo lo ayude. Porque contra Arabia no encontró interlocutores que lo ayudaran a tirar del carro. Al contrario: jugaron tan mal que terminaron exponiéndolo.
Son páginas llamativas, complejas, inesperadas, en la fulgurante vida de Messi. Que no jugó bien lo sabe mejor que todos. El desquite, tan cercano, es el combustible para que la máquina arranque.